(¬¬): No soporto la dialéctica, odio tener que responder preguntas estúpidas.
(°-°): ¿Por qué lo dices?
(¬¬): (¬¬)!
(¬¬): No soporto la dialéctica, odio tener que responder preguntas estúpidas.
(°-°): ¿Por qué lo dices?
(¬¬): (¬¬)!
Entonces cuando cobras entereza franca de que no eres una niña, ni un remedo de mamá, te dejas de esos intentos de problemas y descubres que la fachada de mujer fatal, tampoco es para ti; vuelves la mirada hacia las entrañas de tu historia para hacerte saber que la vida no es color de rosa, ni es gris; comprendes que los monstruos de tu cabeza fueron degollados en los días de implacable hambre, recuerdas que entre ellos mismos se comieron las sienes y las tripas que estaban a reventar de podredumbre y acidez; no queda mucho dentro, pero aun así te sientes totalmente apegada a tu instinto botánico de sufrir la inclemencia de las fotografías caducas. Ya bájale, ¡No!; te ordenas a ti misma mientras te repudias por ser tan estúpida, confiada e inocente pendeja; la vocecita interior no se calla, con fortaleza asumes el control de tus emociones y reparas el daño; después cuando se evapora el halito tétrico de tus sonsonetes mentales, agradeces ser lo que eres y lo que no eres, disgregas de gustos y tonalidades vacías, exaltas a los poderes del universo por darte la oportunidad mínima de cambiar; surgen de nuevo los cuestionamientos de que si tuvieras la posibilidad entre elegir entre tu actual conciencia debatida, en esta lucha constante donde tiene un sentido infinito el respaldar tus decisiones con actos energéticos; sabes bien que no elegirías otra vida; es absurdo imaginar el trueque de la libertad para ser la hija de familia que muchos otros te soñaron, te encadenaron; hasta decirlo provoca un terror, solo en el hecho de pensar en privarte del aprendizaje que se emprende en el camino del conocimiento; arrancas las etiquetas consignadas, los apellidos de familia, sueltas todo y emprendes una batalla mágica hacia el vuelo abstracto.